Aliro Positunga

Posted by  Tarride | Posted on 9:51 p.m.

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H conoció a Aliro un verano, mientras se hospedaba en una penosa pensión playera a la que todos llamaban "La Pulga", aunque nunca había estado claro por qué: si por los pequeños parásitos que amenizaban las noches, o por la vieja encorvada con cara de insecto que era la propietaria del lugar (ex-prostituta, según se comentaba).
Aliro era de los Positunga de Obando, un pequeño pueblo al interior y al norte de la capital, y era probablemente uno de los personajes más recurrentes de los eventos de ese verano.
Era posible encontrarlo en prácticamente cualquier parte del balneario, aunque hay que reconocer que tan difícil no era tampoco, dado su reducido tamaño.
Lo encontrabas en la mañana en la calle o el almacén comprando cigarrillos, pan y huevos; luego camino a la playa conversando con algún veraneante y fumando el cigarrilo matutino de rigor; luego en la playa misma, tomando sol sobre su toalla de leopardo o en los restos del muelle viejo. Más tarde era frecuente divisarlo coqueteando con las hijas de los dependientes cerca de las mesas de pool; y casi oscureciendo, nuevamente cerca del muelle, organizando algún evento de dudosa legalidad, para aparecer finalmente en la noche en alguna (y en todas) las múltiples fiestas, reuniones y fogatas (sí, habían fogatas), concertadas durante el día. De hecho, era posible rastrearlo fácilmente a ésta hora ya que solía hablar bastante fuerte entrada la noche.
Aliro estaba en todas partes, no había que buscarlo, formaba una sola cosa con el contenido general; y fue así, como a fuerza de encuentros sucesivos, al principio inesperados, pero luego abiertamente periódicos e inevitables, que H terminó conociéndolo bastante bien.

Tardes de Cine

Posted by  Tarride | Posted on 9:34 p.m.

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H se sentía un poco incómodo mientras esperaba en la puerta de salida de la sala de cine. Hacía tiempo que no veía un película así, en la sala oscura con olor extraño, con el ruido de las otras personas en un ciclo sordo y soporífero, con la butaca alta que molesta un poco en el cuello, los poza vasos demasiado grandes y las enormes cubetas de palomitas de maíz, y claro, una amiga que le gustara lo suficiente como para que cada cierto rato se sintiera obligado a mirar hacia el lado el brillo de las imágenes de la pantalla en sus ojos, un breve momento fugaz que se interrumpía en el instante en que se daba cuenta que debía mirar hacia adelante.
Caminó unos pasos hacia las carteleras para dejar a la gente pasar y leer los créditos de la última película de alguien que realmente no le interesaba. El peso de la enorme bufanda en su cuello, y el pequeño bolso en su mano izquierda, le ponían nervioso, quería preguntar y hacer tantas cosas, pero no había apuro, por lo menos suponía que no lo había.
La puerta del baño se abrió y la vió salir, se veía bien, tan bonita como siempre y le sonrió en un momento casi perfecto que se quebró sólo porque en ese mismo instante, casi fuera de cuadro, percibió hacia el borde izquierdo y desenfocada la silueta de Biperideno entrando en escena por un pasillo lateral, desde otra sala, desde otra historia y película, acompañado también por una mujer, conversando, abrazados y riendo.
H se hizo a un lado y arrastró a su amiga unos pasos por el pasillo contrario mientras evitaba la mirada de Bipe que divagaba por las paredes comentando las películas por estrenar, coqueteando en plena y febril primavera con su acompañante.
H sintió algo parecido a un golpe en el estómago, más bien un tirón fuerte desde el interior mismo de las entrañas mientras veía a la pareja salir lentamente del cine y escuchaba sin mirar a su propia amiga comentar una serie de desafortunados percances que había vivido en su ida al baño.