H pasa una tarde nervioso
Posted by Tarride | Posted on 9:33 a.m.
Era el tercer cigarrillo que H encendía al hilo (uno con otro digamos), se le notaba particularmente nervioso, incluso considerando que bajo un ánimo de relajo era frecuente verlo enmarcado por gesticulaciones ansiosas, por esa especie de síndrome de abstinencia de cualquier cosa que no hubiera sido efectiva durante los últimos momentos. No se malentienda, H no habría sido catalogado como adicto a algo (o no más que la mayoría de las personas) pero la privación de cualquier cosa le ponía nervioso por el simple hecho de estar siendo "privado" de algo. Supongo que de niño fue excesivamente mimado, o quizás algún otro trauma escondiera esa sucia mente que hoy conocemos como su "personalidad". Como sea, H se veía nervioso.
El día era cálido, con atisbos estivales, y el olor a manguera de jardín recalentada se filtraba por las cortinas delgadas y blancas del living de la casa que habitaba Biperideno en aquel tiempo. Un magro antejardín con poca pero efectiva vegetación aportaba su suave aroma a tierra humeda, y el piso de parqué con un dejo de olor a cera junto a los sillones de terciopelo gris completaban un cuadro lánguido y casero. A pesar de ese ambiente de distención absoluto y de contar con una cuantiosa provisión de cerveza bien helada en el refrigerador, H se sentía contradicho. Se movía de un lado a otro, y sus cigarrillos de mala calidad contrastaban tristemente con el aroma a exhuberante tabaco negro que aún humeaba una pipa grasosa sobre la mesa del comedor.
Biperideno tirado en el suelo sin polera y con sus short de gimnasia vegetaba transportándose a pasados tiempos infantiles, disfrutando del sopor post alimenticio. Una copa de vino bailaba entre sus dedos diligentes, casi vacía, lo que no causaba problema alguno ya que en la otra mano conservaba la botella y era de ahí de donde bebía a sorbos pausados, como si se tratara del néctar más sublime y primaveral que existiera.
H, pasó sobre Bipe nuevamente, apretando las manos y mirando severamente la pequeña y coqueta terraza que se adivinaba a cada vaivén de las cortinas balanceadas por la brisa cálida y perfumada. Era sin lugar a dudas el sitio perfecto para pasar la tarde con un buen vaso de cerveza nacional muy fría, casi congelada (hablamos aquí de aquel punto celestial en que las cervezas de ciertos tipos mejoran su sabor y textura ayudadas por la semi congelación del líquido, que a pesar de los cristales de hielo corre suavemente por las gargantas de los parroquianos, refrescándolas amorosamente. Cabe aclarar de todas formas, que el autor tiene plena consciencia de que éste punto de frío en otras cervezas resulta fatal, ahogando los sabores y complejos aromas que pudieran estar escondidos en el simpático destilado).
Esa tarde H estaba nervioso y deambuló por la casa sin rumbo hasta dar con una botella de ron que mermó su ansiedad, terminando en calzoncillos con los pies metidos en la piscina, mientras que Biperideno no hizo absolutamente nada. Por la noche fue otra cosa.
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